DIARIO
MEDICO
12
febrero 2018
Laura G. Ibañes
Sanidad ha
lanzado junto a la industria de la alimentación un plan para reducir entre un
5% y un 18% las grasas, azúcares y sal de 3.500 alimentos en 2020, pero las
sociedades científicas se muestran muy escépticas sobre la capacidad de estos
acuerdos para reducir la obesidad.
La tasa de obesidad ha crecido en España desde los años 80
de forma importante, tanto en hombres como en mujeres, y sólo a partir de 2014
parece haberse ralentizado su ritmo de crecimiento. El alza es tal que ya cerca
del 60 por ciento de ciudadanos sufren sobrepeso u obesidad y España se sitúa
como segundo país de Europa, tras Reino Unido, con mayor tasa de obesidad. En
niños, las cifras son igualmente preocupantes, con un 23,2 por ciento de niños
de 6 a 9 años que sufren sobrepeso, al que hay que sumar otro 18,1 por ciento
que sufre ya obesidad. Las implicaciones en el desarrollo de patologías
cardiovasculares, diabetes y cáncer, entre otras, son evidentes.
Tratando de frenar este problema, el Ministerio de Sanidad
presentó la semana pasada un plan a tres años para que la comida adelgace, esto
es, para que pierda contenido calórico y, sobre todo, mejore su composición. El
objetivo del plan, acordado con la industria de la alimentación, es reducir el
contenido en sal, azúcar y grasas de 3.500 productos entre un 5 y un 18 por
ciento antes de 2020, de modo que el cambio en la composición de los alimentos
sea gradual y fácilmente aceptado por los consumidores. El acuerdo ha
conseguido involucrar tanto a las grandes patronales de la alimentación y
bebidas (Fiab), como a las de distribuidores y
supermercados (Anged), pero también a la industria de
cátering social para hospitales y colegios y la de
máquinas de vending.
Y es que, además de modificarse la composición de estos
alimentos, que representan el 45 por ciento de todo el aporte calórico actual
de la cesta de la compra de los españoles, se han acordado también mejoras en
los menús escolares y de hospitales para que incluyan, entre otras cuestiones,
más alimentos a la plancha y menos fritos. El pacto con la industria se ha
extendido también a las empresas de máquinas de vending,
que se han comprometido a incluir en su oferta sólo productos que hayan
reformulado su composición conforme al acuerdo con sanidad y a reducir el
azúcar de las máquinas de café, así como el de sobres monodosis de azúcar y de
sal.
Aunque en años previos ya ha habido acuerdos sobre la sal en
los aperitivos o el pan, éste es el primer gran pacto de estas características
y, según la ministra Dolors Montserrat, "este
plan es una herramienta eficaz para luchar contra las 3 enfermedades crónicas
que más nos afectan: la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y el
cáncer, y también la obesidad, por lo que representa un gran beneficio para las
futuras generaciones. Es un paso más dentro de nuestro sistema sanitario - ha
dicho Montserrat- alineado con nuestras estrategias de promoción de la salud y
prevención y dentro de la Estrategia NAOS", de lucha contra la obesidad.
Pese al optimismo de Sanidad, el escepticismo de las
sociedades científicas parece claro. Desde la Sociedad Española de Salud
Pública y Administración Sanitaria (Sespas) se ha
afirmado al respecto que "el Gobierno debe aplicar una regulación efectiva
antes de llegar a acuerdos con la industria de la alimentación. En esta línea
y, en primer lugar, es conveniente que el Ministerio de Sanidad cumpla las
leyes vigentes".
Incumplimiento de
la ley
Según Sespas, "el Gobierno
incumple la Ley 17/2011, de 5 de julio, de seguridad alimentaria y nutrición.
Por ejemplo, no se cumple el artículo 40 que dispone en su punto sexto: ‘En las
escuelas infantiles y en los centros escolares no se permitirá la venta de
alimentos y bebidas con un alto contenido en ácidos grasos saturados, ácidos
grasos trans, sal y azúcares. Estos contenidos se
establecerán reglamentariamente'".
"Igualmente, el Gobierno sigue incumpliendo gran parte
del articulado de la Ley General de Salud Pública. Para afrontar los retos de
salud, es conveniente el buen gobierno, y para ello hay que cumplir las
leyes", afirma Sespas.
En su opinión, "además, cuando se establecen acuerdos
con industrias es oportuno que el Ministerio atienda a las pruebas científicas
disponibles. Hay suficientes evidencias de que los acuerdos con industrias que
producen productos dañinos a la salud no se cumplen y que suelen usarse como
acción de marketing y como estrategia para evitar la regulación. Ello no es
óbice para poder entablar algún tipo de conversación a fin de que las
industrias avancen voluntariamente en la senda saludable. Si bien, dados los
antecedentes de incumplimientos de acuerdos previos sobre nutrición y consumo
de alcohol en menores, y comprobado el escaso seguimiento hecho por el propio Ministerio
de esos acuerdos, hay que ser escéptico sobre los resultados de la presente
colaboración y exigir al Gobierno que cumpla las leyes y que desarrolle nuevas
regulaciones efectivas incluidas las tasas si lo que de verdad desea es
proteger la salud de la población", concluye la sociedad científica.
Con el mismo escepticismo sobre la bondad de la medida se ha
expresado la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), que afirma con
rotundidad que "está ampliamente demostrado que la mera autorregulación no
es eficaz para resolver problemas de salud pública donde están implicadas
grandes industrias que obtienen beneficio económico al vender productos no
saludables".
La autorregulación
no funciona
Por ello, los epidemiólogos opinan que "sorprende que
la autorregulación sea la principal propuesta en este convenio firmado entre el
Ministerio y sectores de la industria alimentaria. En él han estado ausentes
expertos, asociaciones relacionadas con la Salud Pública y organizaciones
ciudadanas. Esto lleva a pensar que las acciones propuestas serán poco o nada
eficaces para solucionar problemas de salud tan importantes como la obesidad
(una pandemia sin precedentes en el siglo XXI) y sus consecuencias (diabetes,
enfermedades cardiovasculares, cáncer)".
Ilustran el problema sacando a relucir como ejemplo "el
convenio PAOS firmado en 2013 que pretendía regular la publicidad de alimentos
y bebidas dirigida a menores, con el objetivo de prevenir el sobrepeso y la
obesidad infantil, y que finalmente no ha tenido ningún impacto significativo.
Hoy en día, se siguen emitiendo anuncios a diario de productos ultra-procesados
que incumplen dicho código, y el problema de la obesidad y sobrepeso infantil
no ha disminuido".
"En línea con esto, -continúan los epidemiólogos- la
valoración del cumplimiento de los acuerdos está redactada de forma genérica y
depende excesivamente de la información proporcionada por la propia industria.
Además, no se plantean sanciones o contrapartidas en caso de incumplimientos.
La regulación y otras medidas estructurales son necesarias y se echan en
falta" en el plan presentado por Sanidad.
Con dureza, los epidemiólogos se preguntan retóricamente
"dónde ha quedado la salud pública y el interés de los ciudadanos en la
firma de este convenio. Proponer que se reduzca voluntariamente por la
industria el contenido en azúcar o sal de algunos alimentos en torno al 5-16
por ciento en tres años vendría a ser como decir a un fumador que baje su
consumo de 20 cigarrillos a 17-19 cigarrillos al día en esos tres años".
¿Sería más eficaz
gravar el azúcar?
La SEE insiste en que "en el Ministerio los expertos
saben que la autorregulación no es eficaz a medio o largo plazo. Son posibles
otras medidas de coordinación intersectorial y multidisciplinar de mayor
alcance que la autorregulación por la propia industria. Se ha demostrado en
otros países que una simple acción de gobierno como implantar un impuesto a las
bebidas azucaradas, es eficaz para reducir su consumo, al igual que se ha
demostrado en España para el tabaco y el alcohol".
"Esta medida, por ejemplo -continúa la SEE-, ha sido
propuesta por el Grupo de Trabajo de Nutrición de la Sociedad Española de
Epidemiología en un documento presentado en el Ministerio y a otras
organizaciones políticas, puesto que la comunidad científica considera a las
bebidas azucaradas como uno de los principales determinantes de la epidemia de
obesidad, especialmente en grupos susceptibles como es la población
infantil".
"Evidentemente, concluyen los epidemiólogos-, una sola
acción no suele resultar de gran eficacia y se deben aplicar siempre
estrategias multifactoriales, que incluyan otras medidas: informativas
(logotipos nutricionales), educativas, estructurales y reguladoras que
debidamente coordinadas podrían contribuir de forma positiva a reducir la
epidemia de obesidad e incrementar la salud de la población".
Tampoco la Asociación de Economía de la Salud se anima a dar
crédito total al plan adoptado por Sanidad. En opinión de Toni Mora, miembro de
la junta directiva de la AES, "la reducción entre un 5 y un 18 por ciento
de la sal, las grasas y el azúcar en un total de 3.500 productos es una muy
buena noticia dado que reducirá la ingesta de dicho tipo de compuestos. Por
tanto, las cantidades ingeridas de dichos productos se reducirán con certeza
dado que, además, afecta a bienes consumidos muy habitualmente".
Sin embargo, Mora advierte de que "ante esta noticia me
surgen inquietudes. La principal es que debería planearse desde ya el hecho de
evaluar si dicha política de reducción de elementos no tan saludables, cuando
se consumen en exceso, resulta realmente efectiva. Para ello, debemos analizar
datos proporcionados por las propias asociaciones que han suscrito el acuerdo
(supermercados, vending, cátering,
etc.)".
"En este sentido -detalla Mora-, estamos actualmente
evaluando el impacto de la tasa de bebidas azucaradas en Cataluña, que fue
implementada en mayo de 2017 mediante datos de una cadena de supermercados que
opera en esa autonomía".